viernes, 25 de junio de 2010

Nomen Dubium

- Son las 10:30 pm y Lilian aún no regresa a casa.

Se lamenta Elena mientras camina en desasosiego por la habitación, recurre con frecuencia a la fotografía que se te tomaron juntas en el parque, busca su celular desesperada, tiene que llamarla, qué habrá pasado, dónde está Lilian. De pronto Elena se queda quieta y se echa como peso muerto sobre la cama, un silencio que inunda el lugar comienza a carcomerle la calma, para ese momento descifraba el verdadero paradero de Lilian.

- ¡Claro está! Cómo puedo seguir siendo tan ingenua.

Hunde el rostro en la almohada mientras el cuarto cambia, se le suman colores más intensos y una cama amplia. Elena sostenida en sus últimas fuerzas observa, desde una esquina de la habitación, como Lilian retoza entre el cuerpo firme y moreno de Ana, quien se atrevió hace unos meses a confinar el amor de Lilian en sus ojos azabaches y brazos de diosa pérfida con aroma a holocausto. El ritmo acompañado por un detonante de gemidos hace, ante la mirada estupefacta de Elena, que las figuras se disuelvan y armonizadas se fundan en una sola, una con rostro de placer, una que se ríe de su abrumante descubrimiento. Cegada entre sus sollozos y la imagen que le abandona, tira hacia la puerta la almohada.

- Allí está, otra vez, jugando a que puede hacer de mí lo que quiera, jugando a esconderse para luego lastimarme con mano severa.

Elena pasa su mano limpiando los brotes salados que le recorren tan efímeros como la idea de que Lilian regrese a casa justo a tiempo. Se levanta despacio, sin ánimo de marearse, el lugar se torna oscuro, pálido, de un frío inexplicable, y mientras Elena se acerca a la puerta, la imagen regresa. Unos pechos firmes tocan el fogoso destello que nace en los labios de Lilian. Ana se aferra a las sábanas, están por entregarse al desquiciante final del placer… ¡BAM!, ¡BAM!, ¡BAM!

- Ya no vendrá, ya no vendrá - Dice Elena recostando su rostro en una de las barras metálicas que recubren su nueva habitación.

domingo, 9 de mayo de 2010

...


Su ausencia,

sed acrecentada,

eleva

mi condición humana

domingo, 11 de abril de 2010

Lo que llevo en la memoria

Este año en especial he visto cierta caracterización en el pensamiento de la sociedad que transcurre cercana a mi cotidiano. Y es que todos vamos meditabundos, con una oleada de cierto conformismo, preguntándonos sobre la existencia misma. Todo este enigma sigue figurando como la causa inicial de las constantes interrogantes vitales y de nuestros íntimos esfuerzos por responderlas.

¿Cuál es el verdadero sentido de la existencia? Tengo un cúmulo indefinido de preguntas sin respuesta, pero he de confesar que ésta ha sido capaz de arrebatarme el sueño.

Desde los primeros años de mi infancia he andado por allí rondando e ideando formas maravillosas de rescatar el mundo. Primero se me ocurrió ser veterinaria, recargué allí la importancia real de vida en este planeta, pronto mi padre me advirtió que no era un trabajo para mujeres -no lo tomes como un tirano, era únicamente su percepción del mundo, un mundo explicado por otros-.

Poco después decidí que mi vocación fuera la medicina. Al inicio –de niña- asumí la vocación en un acto hedonista, que la gente necesitara de mí me daba un toque de poder social que, incluso, a mis escasos años podía percibir. Sobre todo en la sonrisa de mi padre cada vez que hacía oficial la noticia ante sus colegas invitados al afamado almuerzo de mi madre “el quita-gomas”, celebrado como un acto ritual en nuestra casa. Los años fueron pasando y mis confusiones acrecentándose de tal forma que el único real sentido estaba inmensamente inmiscuido en las aventuras del Tío Willfreud, al inicio. Luego el sentido lo tuvo el Pepe y su padre “pie de lana”, más adelante las historias de un abogado, los nazarenos, luego apareció Macondo y los Buendía. Y así todo aquello que en mis manos cayera y ante mis ojos develara un sentido mucho más real que el palpado en lo cotidiano.

Al fin le pedí a mi padre me inscribiera en la escuela de enfermería, no quería alejarme mucho de lo que ya tenía propuesto porque, ante la idea, me seguían percibiendo con cierto orgullo los ojos familiares y sociales.

Tenía 15 años cuando descubrí el “amor” en sus diversas formas. Seguramente más adelante vierta todos mis esfuerzos para recordar y narrar estos asuntos.

La experiencia en la enfermería fue demasiado real, o más bien dicho –en mi caso- demasiado irreal. Lo que más pudo impactarme de mis rondas por los pasillos eran los que yacían en esas camas frías, desoladas, con olor a muerte, petrificados en sábanas ajenas, algunos esperando pacientemente a cerrar los ojos y otros dando batalla dispuestos a salir victoriosos. Pero todos tenían algo en común, que era lo que más me inquietaba, todos pudieron haber sido yo.

Cada uno cobró en mí imprescindible importancia, les cuidaba con tratos neonatales y les arropaba con ojos de abuela dulce. Algunos se fueron sin haber conocido el mundo y otros se fueron con una historia escrita bajo el brazo, pero todos, al marcharse, inclinaban la cabeza hacia un lado y desbocaban su mirada en la nada, se quedaban viendo como espectadores maravillados de algo que nadie más podía percibir. Yo me esmeraba en seguirles la mirada y en descubrir el desemboque, pero fue inútil, siempre se fueron antes de tiempo.

¿Cuál es el verdadero sentido de la existencia cuando la muerte siempre llega inoportuna?